Una vez al año los monjes tibetanos llevan a cabo un ejercicio simbólico que les sirve para recordarles la actitud de “soltar” que deben sostener en esta vida.
Realizan complicados dibujos llamados mandalas compuestos por miles de granitos de arena. Estos mosaicos representan el universo y por eso se componen de miles de elementos dispuestos en círculos concéntricos.
Pueden estar componiéndolos durante semanas o meses y, una vez acabados, los exponen tan sólo durante unas horas.
Después, llevan a cabo la parte más importante del asunto: la ceremonia de disolución del mandala que consiste en levantar la estructura de madera en que se apoya o lo recogen de forma manual … y entre melodías de cornetas y flautas arrojan al viento toda la composición de arenilla fina.
La moraleja de esta ceremonia es que todos es impermanente, no hay nada que dure para siempre. No hay que oponerse a eso porque es imposible detenerlo, sino aceptar y entregarse a ese renacer de las cosas.