Cuenta una leyenda de la India que, una hermosa mañana de primavera, un ciervo almizclero percibió en el aire una fragancia misteriosa y celestial.
Inspiraba paz, amor y belleza, y era como un susurro que lo llamaba.
El ciervo se sintió impulsado a hallar el origen de aquella fragancia y se puso en camino, dispuesto a buscarla por el mundo entero.
Escaló montañas abruptas y heladas, recorrió junglas sofocantes y atravesó las arenas interminables de los desiertos.
En todas partes seguía percibiendo el olor, tenue pero apreciable.
Cuando llegó el fin de su vida, el ciervo se derrumbó, agotado por su búsqueda incansable.
Al caer, se perforó el vientre con un colmillo y el aire se llenó de pronto de aquel aroma celestial.
El ciervo almizclero, moribundo, comprendió que aquella fragancia había brotado siempre de él mismo.