A veces siento que mi vida es una serie de trapecios.
Me encuentro en un trapecio columpiándome o, durante algunos momentos, me lanzo a través del espacio que hay entre los trapecios.
La mayor parte del tiempo paso la vida agarrándome a la barra del trapecio de ese momento.
Me transporta a cierta velocidad constante durante el balanceo y tengo la sensación de que controlo mi vida.
Conozco las preguntas adecuadas e incluso algunas de las respuestas.
Pero a veces, cuando me estoy balanceando alegremente, o no tan alegremente, miro delante de mi y ¿ qué es lo que veo en la distancia ?
Veo otro trapecio viniendo hacia mí.
Está vacío y sé, en ese lugar de mí que sabe, que ese trapecio lleva mi nombre.
Es mi paso siguiente, mi crecimiento, la vida que viene a buscarme.
Desde el fondo del corazón sé que, para crecer, debo soltar mi agarre actual que me es bien conocido y pasar al siguiente.
Cada vez que me pasa esto espero no tener que soltar completamente el antiguo trapecio antes de agarrar el nuevo.
Pero en el lugar en el que sé, sé que debo soltar totalmente mi agarre al viejo trapecio y, durante un tiempo, debo atravesar el espacio antes de poder asir el nuevo.
Así, durante una eternidad que puede durar un microsegundo o miles de vidas, me elevo sobre el oscuro vacío de “el pasado se fue, el futuro aún no ha llegado”.
Es lo que se llama una transición.
He llegado a creer que el verdadero cambio solo ocurre en esas transiciones.
Si, a pesar de todo el dolor, el miedo y los sentimientos de estar fuera de control que pueden acompañar a las transiciones, estas siguen siendo los momentos más vivos, llenos de crecimiento, apasionados y expansivos de nuestra vida.
Del libro “Guerreros del corazón” de Danaan Parry