Un sabio budista convocó un concurso de pintura al que acudieron muchísimos artistas de todos los reinos. La temática del concurso era ‘La paz perfecta’.
Los pintores comenzaron a plasmar lo que ellos entendían por paz a través de hermosos paisajes: atardeceres cálidos sobre montañas altísimas, o bien rayos de sol acariciando las más bellas flores.
Sin embargo, uno de los pintores creó un cuadro muy diferente al resto. Su paisaje mostraba un mar enfurecido, nubes amenazantes y un precipicio sobre el que se alzaba un árbol.
El supervisor de las obras pensó que se había equivocado de temática y decidió no presentarlo para su evaluación final. El maestro budista comenzó a mirar los cuadros que se habían presentado al concurso, pero no conseguía encontrar la obra perfecta.
– ¿No se ha presentado nadie más?- preguntó.
– Bueno, solo queda un cuadro, pero no tiene nada que ver con la temática que habíamos pedido… – dijo el supervisor del concurso.
– Sea como sea, si se ha presentado, tiene derecho a que su obra esté entre todas estas. Deja que lo vea…
Entonces, llevaron el cuadro del mar embravecido hasta el maestro y después de observarlo, sonrió:
– Al fin tenemos un ganador.
– Pero… ¿cómo? ¿Es el cuadro que representa la paz perfecta? ¡No puede ser!- exclamó el supervisor.
– Sí, lo es… si te fijas, sobre el árbol que se asoma al precipicio y bajo la tormenta, un pequeño pájaro descansa en su nido ajeno al viento y al oleaje. Este es sin duda el mejor ejemplo de la paz perfecta.